Sal a las 13.30 de casa, me dijo. Y así lo hice, sin esperar una llamada suya ni llamándole yo a él, por no molestarle. Pero cuando llegué al restaurante donde habíamos quedado tuve que esperar. Odio esperar. Mirando por la ventana, viendo pasar a los niños que salían del colegio, comprobando todos los coches y confundiéndolos todos con el suyo. Poco a poco el nerviosismo que sentía cuando había llegado se transformaba en frustración y me controlaba para no llamarle, para no enfadarme.
No pude evitar recordar los días en los que me tocaba esperar a mi anterior Amo. Me hacía esperar horas, nunca supe si lo hacía apropósito. Es diferente esperar en casa, en esas situaciones me daba tiempo a limpiarla de arriba a abajo unas cuantas veces. Pero ahora estaba en un restaurante.
Me llama. Lo veo en la calle. Ya no me importa la espera, podría haberle esperado mucho más sin moverme del sitio.
Se le ve contento, activo, como siempre. Es como si su energía englobara a la mía, solo con una mirada me siento tranquila, me siento suya. Le echaba de menos, a él y esa sensación. Solo pienso en que acabe la comida, en que me lleve a la habitación y haga conmigo lo que quiera. Y él lo sabe.
Paga la cuenta, salimos a la calle, los apartamentos están justo enfrente. Me gusta cómo me agarra del brazo cuando cruzamos. Ya estoy nerviosa.

Me azotó el culo y la espalda (sabe que me gusta). Ahora tengo las marcas y las puedo mirar y recordar ese momento, justo antes de que hiciera que me corriera tan rápida e intensamente como nunca.
Me gusta ver cómo descansa en la cama después de la explosión de placer. Me gusta pensar que le hago feliz.
Fueron unas horas. Suficientes, cuando acabó estaba satisfecha y él también.
¡Pero ahora quiero más, un poquito más!
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