-Por favor, que no me llame ahora, ¿cómo voy a hablar con él entre grititos y blasfemias por los tirones de pelo?
Una vez suavecita salí de ahí y como ya se había pasado la hora le llamé, ya sabiendo que me iba a volver a tocar esperar.

Nunca he usado lubricante sedante y no acabo de verle mucha utilidad... Si duele es porque te está haciendo daño, ¿de qué sirve no saber si te estás haciendo un estropicido en el culete?
Una vez con el bolso lleno toca sentarse a esperar e ir mirando los coches que pasan (debería fijarme en su matrícula, así no me llevaría tantas desilusiones) Pienso en las últimas conversaciones que hemos tenido e imagino por ellas qué puede pasar en esta sesión. Pero realmente puede pasar cualquier cosa. Empiezo a arrepentirme de no haber comprado ese lubricante inútil.
Me llama. Ya está aquí. Vamos a comer. Está impaciente por ir al hotel, sin acabar paga la cuenta y nos vamos.
En el ascensor se acerca, me besa en la mejilla y antes de que me de cuenta me muerde. Ese dolor punzante e inesperado me hace entrar en el estado de sumisión que tanto me gusta. Estoy deseando llegar a la habitación.
-¿Puedes estar tres horas?
(Tengo un examen que estudiar, he salido de casa a las once, si me quedo esas tres horas volvería sobre las siete y le he dicho a mi madre que volvería pronto...)
-Sí, claro.
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